Las colonias humanas en la Luna o Marte podrían hacerse realidad antes de lo esperado gracias a la impresora 3D, un dispositivo que, aunque surgió en silencio, está llamado a encabezar la próxima revolución industrial.
Crear un hábitat en otro planeta es la principal ambición de las agencias espaciales de EE.UU. y Europa desde hace décadas. Sin embargo, para llevar a cabo la que sería la mayor obra de la historia de la Humanidad aún quedan varios obstáculos. Entre todos, el mayor es la incapacidad de producir materiales sobre el terreno. Y es que todo, desde una tuerca hasta el abono para cultivar, tendría que ser transportado desde la Tierra, con las limitaciones coyunturales, de tiempo y, sobre todo, económicas que ello conllevaría.
La impresora tridimensional es hija conceptual de su antecesora. Nació una tarde de primavera de 1995 cuando dos estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) decidieron sustituir la tinta líquida de su impresora por un polvo plástico. El polvo, al aplicarse varias veces sobre una misma zona, creaba un relieve que con el tiempo llegaba a compactarse. No sería hasta 2009 cuando los costes de producción alcanzasen una cota razonable para el gran público. Hoy toda una industria florece a su alrededor. Hay quien hace pistolas de un solo uso, quien vende reproducciones de fetos a los papás e incluso alguno se atreve a intimar con sus creaciones.
En el ámbito científico sus aplicaciones destacan en el campo de la biomedicina. Numerosas líneas de investigación ahondan en la posibilidad de producir órganos personalizados con esta tecnología. Suena a ciencia ficción, pero lo cierto es que los expertos señalan un plazo máximo de 8 a 10 años para ver latiendo un corazón trasplantado hecho con una impresora 3D.
La industria aeroespacial también le ha encontrado la gracia. Los científicos de la NASA y la ESA han visto en la impresora 3D la gran esperanza blanca de la carrera espacial, y lo consideran un elemento clave para la penúltima fase: establecer vida humana en otros planetas. La agencia norteamericana ya la está empleando para crear prototipos de las piezas que conformarán los futuros cohetes espaciales. A medio plazo el reto gira en torno a conseguir unidades eficaces y ligeras que acompañen a los astronautas en su viaje.
Un edificio en una semana
El ahorro sería de tal magnitud que daría un vuelco a los actuales presupuestos aeroespaciales. "La impresión en 3D ofrece medios potenciales para facilitar el asentamiento lunar con una logística reducida desde la Tierra", apunta Scott Hovland, miembro del equipo de la ESA de vuelos tripulados. Nuestras impresoras actuales tienen un ritmo medio de 2 metros por hora, mientras que la siguiente generación alcanzará los 3,5 metros a la hora, lo que permitiría completar un edificio entero en una semana.
En un entorno tan hostil como las llanuras de la Luna la impresora multiplica su utilidad. Sería, por ejemplo, capaz de recrear la pieza dañada de un vehículo, una cuchara o las miles de láminas aislantes necesarias para fabricar una biosfera. Y con un coste moderado, de tener éxito investigaciones como la de la Universidad de Washington, dedicada a encontrar las ventajas y los inconvenientes del regolito lunar como material de construcción. Compuesto por una combinación de óxidos de silicio, aluminio, calcio, hierro y magnesio, cubre toda la superficie lunar.
De revelarse como un material apto, podrían construirse ciudades en suelo lunar con el único gasto energético de la impresión. Por el momento han conseguido estructuras con una rigidez semejante a la del vidrio. "No son gran cosa, pero se pueden emplear para algo. En un tiempo será posible fabricar estructuras fiables, pese a que suene a ciencia ficción. Es realmente posible", explica el doctor Amit Bandyopadhyay, principal autor del estudio.
La impresión en 3D vía polvo con aglutinante.
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