La cantidad de humedad en la Tierra no ha cambiado. El agua que los dinosaurios bebieron hace millones de años es la misma que hoy cae como lluvia. Pero, ¿habrá suficiente para un mundo más atestado de gente?
En Arizona, las ciudades funcionan como estaciones espaciales; importan cada mililitro de agua dulce de ríos distantes o acuíferos fósiles. Pero debido a esa inclinación humana a tomar el agua como un derecho inalienable es que las fuentes públicas quizá aún borbotean en las plazas de las poblaciones de Arizona y los agricultores cultivan agostadas cosechas. Los jubilados procedentes de climas más lluviosos riegan céspedes verdes que representan los pastizales que dejaron atrás. Sin embargo, la verdad se inmiscuye en todas las fantasías, cuando los residentes del desierto aguardan meses entre una temporada de lluvias y otra, viendo correcaminos trabarse en escaramuzas por las preciosas gotas que escurren de una llave mal cerrada en un jardín. El agua es vida. Es el caldo salobre de nuestros orígenes, el aparato circulatorio del mundo que palpita con fuerza, un umbral molecular precario donde sobrevivimos. Constituye dos terceras partes de nuestro organismo, exactamente igual que el mapa del planeta; nuestros líquidos vitales son salinos, como el océano.
Al mismo tiempo que damos por sentado a la Madre Agua, los seres humanos intuimos que ella es quien manda. Fundamos nuestras civilizaciones a lo largo de costas y ríos poderosos. Nuestro temor más profundo es la amenaza de tener muy poca o demasiada humedad. A últimas fechas hemos aumentado la temperatura promedio de la Tierra en 0.74°C, cifra que suena intrascendente. Pero estos términos no lo son: inundación, sequía, huracán, niveles del mar en aumento, diques a punto de reventar. El agua es el rostro visible del clima y, por consiguiente, del cambio climático. Al cambiar los ciclos pluviales se inundan unas regiones y se secan otras, mientras la naturaleza prueba una lección de física importante: el aire caliente puede contener más moléculas de agua que el frío. Los resultados son totalmente tangibles a lo largo de las aporreadas costas, ya que el aire súper caliente sobre el océano produce mega tormentas nunca antes vistas. En los lugares áridos, la misma física amplifica la evaporación y la sequía, lo cual es evidente en las granjas secas y polvosas en la cuenca del sistema fluvial Murray-Darling, en Australia. En las cumbres del Himalaya, los glaciares, cuya agua de deshielo mantiene poblaciones enormes, retroceden.
Hagamos conciencia y hagamos un uso racional del agua, reflexiona y ayuda a cambiar la me realidad empezando por tus vecinos.
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